viernes, noviembre 18, 2011

Aún falta, pero...

En poco menos de un mes, querida M., estarás ya inmersa, aunque ahora no te des cuenta de ello, en tu primera temporada navideña, época en que los cristiano celebramos el nacimiento de Aquél que se hizo hombre, como nosotros, para que nosotros alcancemos el Cielo. Sí, hija mía, es tu primera Navidad.

Tú aún no lo sabes y espero algún día explicarte todo esto, ya que es muy importante y además es un poco complicado, tanto que muchos no entendemos lo que significa ese evento tan importante en la religión cristiana y en la historia del mundo, tanto que, como verás, los años se cuentan en antes de Cristo y después de Cristo.

Pero me estoy desviando. Te decía que muchos de nosotros no entendemos qué es realmente lo que significa. Lo grave es que a muchos en realidad no les importa.

Lo que sí les importa, querida M., es que esta temporada, llamada temporada navideña, es vender. Sí, esta es la época que el espíritu consumista se disfraza de espíritu navideño, para que los que se dedican a vender vendan más. Ya te darás cuenta: Coca-Cola y Santo Clós, el Polo Norte, los renos, las rebajas, descuentos, meses sin intereses, compre ahora y pague hasta enero y un largo etcétera.

Supongo que me dirás, M., que eso no es malo. Que los comerciantes tienen derecho a su legítima ganancia. Y eso puede ser cierto. Lo que no se vale, M., es que gracias a toda esa publicidad con el pretexto de la Navidad el nombre del festejado no se ve por ningún lado. Porque has de saber, M., que en el mundo cristiano celebramos estas fechas como las del nacimiento de Cristo, y que su nombre, así como los de su madre, María; y de José no se ven, ni se oyen por ningún lado.

¿Sabes? Eso es triste, porque perdemos totalmente el sentido de la celebración, porque aunque a todos nos guste recibir regalos, cantar villancicos, poner el árbol de navidad y una serie de ritos que irás conociendo, no me gustaría que pierdas de vista que se trata de una celebración religiosa. Ojalá te acuerdes aunque sea un ratito de aquel niño que nació hace más de dos mil años, que no tuvo lugar en la posada y que tuvo que nacer en un pesebre. Un niño que, como bien sabrás, es la Luz del Mundo y tu Señor y Dios.

Bueno, hija mía... a pesar de todo ¡Feliz Navidad! desde ahorita.

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