miércoles, diciembre 17, 2008

Paraíso perdido

El ángel tenía la vista perdida en el horizonte.

Lentamente, la pareja se alejaba. Apenas podían distinguirse. Aún para un ángel, la vista de ellos alejándose le causaba una profunda pena.

“Si hubieran obedecido”, pensaba.

Suspiró, guardó la espada de fuego en su vaina celestial y se sentó a una roca. Era un ángel, sí, pero también tenía profundos sentimientos. Conocía a la pareja, los veía todos los días pasearse en el jardín. Los seguía de lejos, sin dejarse ver (se le olvidaba que si quería, podía hacerse invisible para ellos), miraba sus juegos, sus risas… todo le parecía nuevo, diferente. Eran cosas que un ángel no entiende, porque no tiene cuerpo, como los humanos.

Terminó por empezar a llorar. Lloraba desconsoladamente. Era la primera vez que lo hacía.

De pronto, escuchó una voz a sus espaldas. Estaba tan absorto en su llanto que se asustó al oír una voz detrás de él.

“¿Por qué lloras?”

Limpiándose las lágrimas, el ángel se levantó y miró a quien le había hablado.

“No sé, Miguel… no sé por qué estoy llorando… es sólo que…”

“Ya sé –dijo Miguel-. Lloras por ellos. Es comprensible. Los estimabas mucho”

“Sí, así es, Miguel. Pero lloro también por nosotros, por esta tierra, por este jardín. Sin ellos, es sólo un bosque salvaje, una selva ignota. Ellos son los que lo hacían un paraíso.”

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